Tita. Hermana de mi abuela. Vivió varios años en Asturias pero, por cosas del destino, ella y tío Pin, su marido, tuvieron que marcharse a Madrid.

Desde bien pequeño solía coger el Talgo con mi madre para ir a verlos y quedarnos una temporada. Tardaba una eternidad. Nada más subirme ya estaba deseando llegar y bajarme en Atocha. De más mayor -considerando los trece años como mayor, que no adulto-, ya me empaquetaban, solo, en el “Alsa de largo recorrido”. Salía de Avilés directo a Madrid, con la parada de rigor en Villalpando, donde estiraba un poco las piernas y me comía un buen trozo de empanada. Tremenda. Ir a la capital para mi resultaba un paseo. No me daba pereza alguna, a pesar de ser consciente del tostón de película que posiblemente el señor conductor nos pondría para amenizar el viaje.

Vivían en los alrededores de la Plaza de España. Era un piso de los de antes. De techos y puertas muy altas. Concretamente se encontraba en la calle Juan de Dios, justo al lado de Amaniel. Aun recuerdo el olor a naranjas de la frutería de la esquina que precedía a la bienvenida tras una enorme puerta de madera. Allí estaba Tita. Mujer de pelo blanco, ojos azules y tez blanca. Con su media sonrisa al verme.

Conocía Madrid como la palma de mi mano. Tenía por costumbre salirme de Gran Vía y recorrer de principio a fin Fuencarral, pararme en sus escaparates e incluso gastarme unas pesetas en la sala de recreativos. Cosas de la edad. Los domingos, hacía lo imposible por no tener que acompañar a Tita a Misa, con el único propósito de unirme a tío Pin, gran coleccionista de sellos y monedas, y perdernos entre la multitud del Rastro. Algunas veces, muchas, lo conseguía. En Madrid llegué a fumarme mis primeros cigarros a escondidas. Allí. Apoyado en la barandilla de la boca del metro de La Latina. Como un paisano. Observando el ajetreo del ir y venir de la gente del barrio, de sus turistas, mientras de vez en cuando alzaba la mirada y leía los rótulos que anunciaban la última función del teatro. Lo que prestaban aquellos cigarros…

Después de 15 años regreso a Madrid. Esta vez no viajo solo. Me acompaña Ana y vamos con la intención de pasar unos días. Pero Tita ya no está allí para recibirme. Nos alojaremos en un hostal de la calle Gran Vía. Tendremos suerte con la habitación, muy acogedora. Dará a la calle y desde ella seremos testigos de la vida de la artería que atraviesa la ciudad. Son pocos días, si, pero los exprimiremos al máximo. Visitaremos la estación, protagonista de tantas despedidas y bienvenidas. Disfrutaremos del ambiente del barrio de La Latina. Nos perderemos en El Rastro. Sin prisa. Sin reloj. Nos pasaremos por la frutería de la esquina y acabaremos, empapados, protegiéndonos del temporal en uno de los portales de la calle Fuencarral.

A Tita.

Estación de Atocha. Madrid, 2015 ©Sergio López

Estación de Atocha. Madrid, 2015 ©Sergio López

 

La Latina. Madrid, 2015 ©Sergio López

La Latina. Madrid, 2015 ©Sergio López

 

Anticuario en El Rastro. Madrid, 2015 ©Sergio López

Anticuario en El Rastro. Madrid, 2015 ©Sergio López

 

Fotografía de Tita en la habitación de mi abuela. Asturias, 2015 ©Sergio López

Fotografía de Tita en la habitación de mi abuela. Asturias, 2015 ©Sergio López

 

Calle de Amaniel. Madrid, 2015 ©Sergio López
Calle de Amaniel. Madrid, 2015 ©Sergio López

 

Fuencarral. Madrid, 2015 ©Sergio López

Fuencarral. Madrid, 2015 ©Sergio López

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